lunes, 10 de enero de 2011

Historia de verano en Buenos Aires I


La historia es la siguiente: era enero y yo seguía en Buenos Aires, a pesar del calor y sus opciones de escape. Masticar el resultado de un año, leerlo entre líneas de distintas historias que había vivido, parecía ser la tarea más entretenida de mis tardes. Yo no estaba sola: escoltaba mi alma Laura, una amiga de hacía ya un tiempo que se había ganado un lugar en mi existencia. Si en algo coincidíamos ella y yo era en que nos habíamos armado una rutina de distracciones débilmente efectivas para desterrar un gran amor del pecho. Necesitábamos alejarnos, hacer un gran paréntesis en el tiempo que nos permitiera limar las asperezas del alma y quizás olvidar cada una a quien no nos había dado el amor suficiente como para estar ahí con nosotras. Fuimos al cine, a comer afuera, al parque de diversiones, a pasear por el río, viajamos en subte, en tren, en bondi. Todo terminaba en el mismo lugar. Volvíamos a la casa de Laura en el barrio de Belgrano. "Casa" era nuestra manera de llamarla. Como todos en este mundo, ella estaba ahí de paso. El primero de febrero debía desocuparla y este momento reflexivo en parte le servía para pensar dónde iba a vivir el 2011, año que recién empezaba y era muy distinto a todo lo que habíamos imaginado. El silencio, nuestra conversación constante. No ser correspondido fastidia a cualquiera, pero no cualquiera tiene el valor de sobrepasar el mal trago con la tranquilidad con que lo hicimos.

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