martes, 11 de enero de 2011

Historia de verano en Buenos Aires II


Tranquilidad es una forma de decir.


Nos fuimos a Pilar, donde mi amiga Bárbara tiene una casa y nos había invitado a pasar unos días. Es una casa grande, con muchas habitaciones y un jardín con una pileta, escenario de numerosos largos en diversos estilos de natación que me dieron el agua suficiente como para refrescar los pensamientos y tentar a los patitos de mi cabeza a formar fila.


Los desamores nos generan la necesidad de replantearnos la vida. En esos días, me ocupé de repasar todas las áreas en donde mi nariz respiraba. Decidí poner fin a mis días como estudiante exclusiva y prometí insertarme en el mercado laboral antes de que terminara marzo. Acordé con mis amigas empezar el gimnasio esa misma semana. Después de todo, una mente y un alma ejercitados no merecián menos que un cuerpo en forma. Pensé en darle una oportunidad a los hombres que quisieron verme y, por ser mi corazón aferrado y fiel, nunca arreglé una cita. Vi cinco películas en tres días y me llevé en la sangre ganas de ver más. Definitivamente, el 2011 iba a ser mi año. Publicaría mis escritos, cantaría en vivo el triple que en 2010. ¡Qué felicidad! Lo tenía todo ahí a mis pies.


Deslizarme por el agua me dio calma. Salir a respirar y ver el sol y su ritmo inmutable me dio la sensación de que todo se recicla, todo sirve, todo vuelve de distinta manera y siempre (siempre) soy otra al recibirlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario